Como líder, uno de mis desafíos más importantes es contratar personas maravillosas. Hace algunos años estaba entrevistando a un profesional para un puesto y en menos de cinco minutos de charla sentí que lo quería contratar. Hice una pausa, y traté de analizar qué elementos durante aquel breve tiempo habían sido tan relevantes para que yo tomara una decisión tan importante cómo sumar o no a alguien a mi equipo. Al analizarlo, me di cuenta de que estaba tomando una decisión inconsciente, influenciado por factores y características de la conversación que habían tocado mucho más mi lado emocional que mi lado racional.
La primera vez que leí el best seller Pensar rápido, pensar despacio (Thinking, Fast and Slow, por su título original en inglés), escrito por Daniel Kahneman, ganador del premio Nobel de Economía, quedé fascinado. En su libro, Kahneman nos muestra dos formas básicas de cómo se desarrolla el pensamiento: una de manera rápida, intuitiva y emocional; la otra lenta, con más esfuerzo cerebral y lógica. Es el reconocimiento de esos dos sistemas y el equilibrio en su utilización lo que hace que las elecciones diarias sean más conscientes y eficaces.
Según estudios realizados por la comunidad científica global, tomamos cerca de 35 mil decisiones al día. En casi un 90 % de ellas empleamos lo que Kahneman identifica como “cerebro rápido”. Este representa la caja de pensamientos influenciados por tendencias y patrones preestablecidos. Son decisiones intuitivas y vinculadas con el lado reactivo y emocional.
A su vez, el cerebro lento está conectado con el pensamiento más analítico. Con base en la concentración y en complejos análisis de distintas posibilidades y situaciones, tarda cierto tiempo para elaborar su conclusión. En este proceso, cuenta con una serie de estrategias capaces de orientar la decisión hacia la mejor posible. Aunque parezca más eficiente, permanece en segundo plano la mayor parte del tiempo.
Todas nuestras elecciones diarias, por pequeñas que parezcan, pueden cambiar el rumbo y las rutas de nuestra vida. Este escenario es aún más evidente en el mercado corporativo. Una encuesta de la consultoría McKinsey señala que la toma de decisiones consume gran parte del tiempo de los gestores, lo que puede llegar a un 70 % para los ejecutivos a nivel de dirección. Sin embargo, según la mayoría de los participantes del estudio, esta elevada inversión no está bien administrada y provoca pérdidas millonarias anuales para las organizaciones.
Los pensamientos y las consecuentes decisiones son la base para avanzar, evolucionar y, principalmente, innovar. Mantenerse centrado en el «efecto de manada», siguiendo las tendencias y patrones preestablecidos por otras personas u organizaciones, puede significar seguir en la dirección contraria para quien busca pensar fuera de la caja y tomar la delantera. En este momento de transformación digital es necesario reconocer el funcionamiento del cerebro, romper con tendencias inconscientes y pasar a equilibrar el uso de sus funciones rápidas y lentas. Especialmente para los líderes, nivelar esos dos sistemas en su gestión diaria es fundamental para minimizar los errores, garantizar el involucramiento del equipo y la sustentabilidad de los negocios.
La conexión entre las dos formas de pensar y su correcta utilización también fomenta las tomas de decisiones más ágiles y colabora para un cambio de comportamiento más profundo. No es casualidad que las grandes organizaciones están capacitando a sus líderes para superar las tendencias y expandir su consciencia sobre las maneras de tomar decisiones. Este movimiento está vinculado con la urgente necesidad de una transformación cultural en las compañías, capaz de ser la espina dorsal de una transformación digital exitosa.
Un estudio realizado por Harvard Business Review a pedido de Red Hat, líder mundial en el suministro de soluciones de código abierto, ha demostrado que para el 63 % de los líderes entrevistados la gran barrera para una transformación digital efectiva es justamente la cultura. Cambiar los hábitos y pensamientos es un reto, requiere tiempo y exige una gran dedicación.
Lograr el equilibrio entre la agilidad y la reflexividad es una de las habilidades fundamentales que deben desarrollar los líderes en aquellas empresas que quieran avanzar una casilla más en el tablero de los negocios. Solo este conocimiento es capaz de fomentar cambios efectivos, tanto para el desarrollo de líderes mejor preparados y humanos, como para la construcción de organizaciones estructuradas, negocios más rentables y sociedades más conscientes.